viernes, 5 de noviembre de 2010

EL DISCURSO LIBERAL Y EL TEATRO ANTIGUO
ESPAÑOL. FRANCISCO DE PAULA CANALEJAS.
JOAN OLEZA
Universitat de València
VVAA: Homenaje a Luís Quitante. Vol. II. Estudios filológicos. València.
Univ. de València. 2003, pp. 267-276.
Desde que Manuel Durán y Roberto González Echevarría trazaron en 1976 una
primera visión panorámica sobre la crítica calderoniana en el siglo XIX han transcurrido
casi veinticinco años de estudios en los que el proceso de construcción histórica de la
imagen de Calderón y de su teatro se ha ido perfilando.
H.W.Sullivan (1983) trazó el estudio hasta ahora más completo de la
recuperación calderoniana por los románticos alemanes, de entre cuyas páginas salió
aquella poderosa imagen conservadora de un Calderón esencialmente español y
cristiano, que quedó instalada en la primera línea del canon occidental con el apoyo,
determinante, de sus dramas religiosos. Leonardo Romero Tobar (1981) y Joaquín
Alvarez Barrientos (2000) han dirigido una mirada abarcadora sobre lo que este último
califica como historia de la apropiación del teatro de Calderón en el siglo XIX. Tras la
revolución francesa y la guerra de la independencia el discurso reaccionario y casticista,
que ya se había apropiado de la figura de Calderón, imponiéndose a un intento de
asimilación liberal al discurso ilustrado, en el siglo XVIII, se vio ratificado y potenciado
por las ideas de los Schlegel, difundidas en España a través de la Querella
calderoniana, hasta el punto de que - escribe Jesús Rubio Jiménez (1990) - el modelo
del teatro antiguo español es "como una hijuela del romanticismo tradicionalista".
Los hitos que marcan la elaboración de este discurso católico, conservador y
nacionalista, que consagra a Calderón como el poeta teólogo de la identidad nacional,
son bien conocidos, y están presentes en toda la crítica sobre la cuestión: el discurso de
Agustín Durán (1828), las lecciones de Alberto Lista (1836), el discurso de Tamayo y
Baus (1860), el de López de Ayala (1879), etc.
No ha sido estudiado como contradictorio con este discurso el llamado del "justo
medio", más bien parece que colabora con él, hasta el punto de que a menudo la crítica
se desliza de uno a otro. Ya Allison Peers (1967) delineó sus perfiles bajo la etiqueta de
"eclecticismo", al que vinieron a desembocar, en buena medida, los supervivientes del
ya de por sí moderado romanticismo español. Rubio Jiménez (1990) y Alvarez
Barrientos (2000) han evocado momentos concretos de este discurso, el papel de
Mesonero Romanos, el de Hartzenbusch, el de la una prensa que persigue crear un
estado de opinión, el del impulso a la canonización que el teatro antiguo español, y
especialmente el de Calderón, reciben de románticos y postrománticos bien situados en
el aparato institucional del estado, y al que cabe atribuir, entre otras efemérides, el
traslado de los restos de Calderón en 1840-41 o la celebración del Centenario de 1881.
Con esta práctica del eclecticismo oficial habría que relacionar al menos una parte de las
ediciones calderonianas del XIX, o el espíritu que anima tantas refundiciones, versiones
y arreglos que tratan de limar los aspectos menos asimilables del teatro calderoniano.
Leonardo Romero (1981) hace balance de la crítica calderoniana anterior a 1881,
así como de las escasas aportaciones que trajo consigo el centenario, si se exceptúa la de

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