viernes, 22 de octubre de 2010

Para otros usos de este término, véase Absolutismo (desambiguación).
Luis XIV de Francia, ejemplo de rey absolutista, pintura de Hyacinthe Rigaud.

El absolutismo es una forma de gobierno en la cual el poder del dirigente no está sujeto a ninguna limitación institucional que no sea la ley divina.[1] Es un poder único desde el punto de vista formal, indivisible, inalienable, intranscriptible y libre. Los actos positivos del ejercicio del poder (legislación, administración y jurisdicción) se apoyaron en la última instancia de decisión: la suprema monarquía, emanando de ella, no estando por encima si no por debajo.[2]

En términos kantianos el poder absoluto consiste en que "el soberano del Estado tiene con respecto a sus súbditos solamente derechos y ningún deber (coactivo); el soberano no puede ser sometido a juicio por la violación de una ley que el mismo haya elaborado, ya que está desligado del respeto a la ley popular (populum legis)".[cita requerida] Según Bobbio, esta definición es compartida por todos los naturalistas como Rosseau o Hobbes.[3]

Abarcó los siglos XVI, XVII, XVIII y la primera mitad del XIX, cuando las revoluciones burguesas de 1820, 1830 y 1848 acabaron con la Restauración del Congreso de Viena. Como excepción a esta caducidad del absolutismo se debe citar al Imperio ruso, donde los zares mantuvieron su práctica hasta la Revolución Bolchevique de 1917.

La teoría del derecho divino del poder real o del absolutismo teológico nació en Francia en el último cuarto del siglo XVI y en el ambiente de las guerras de religión. Aunque en Europa la divinización del monarca nunca llegó tan lejos como en Asia (donde en algunos países se identificaba al rey con el mismo Dios) el rey siempre tuvo cierto poder sobre las iglesias nacionales a través del regalismo.

Para otros usos de este término, véase Liberalismo (desambiguación).
Figuras alegóricas del Monumento a la Constitución de 1812 en Cádiz.

El liberalismo es un sistema filosófico, económico y político, que promueve las libertades civiles; se opone a cualquier forma de despotismo, suscitando a los principios republicanos, aunque bajo el punto de vista del padre de la democracia Rousseau no tenía porque ser republicana, siendo la corriente en la que se fundamentan la democracia representativa y la división de poderes.

Aboga principalmente por:

José de San Martín

De Wikipedia, la enciclopedia libre
Para la localidad homónima de la provincia de Chubut, véase José de San Martín (Chubut).
«General San Martín» redirige aquí. Para otras acepciones, véase General San Martín (desambiguación).
José Francisco de San Martín y Matorras
José de San Martín

20 de septiembre de 182217 de agosto de 1850 (fallecimiento)

3 de agosto de 182120 de septiembre de 1822
Sucesor Francisco Xavier de Luna Pizarro

21 de mayo de 182017 de agosto de 1850 (fallecimiento)

19 de mayo de 182020 de septiembre de 1822

14 de febrero de 181719 de mayo de 1820

14 de febrero de 181720 de julio de 1820
Predecesor José Miguel Carrera
Sucesor Bernardo O’Higgins

1 de agosto de 181620 de septiembre de 1822
Sucesor Enrique Martínez (convertido en "División de los Andes")

10 de agosto de 181424 de septiembre de 1816
Predecesor Marcos Balcarce
Sucesor Toribio de Luzuriaga

30 de enero de 1814 – 20 de abril de 1814
Predecesor Manuel Belgrano
Sucesor José Rondeau

7 de diciembre de 1812abril de 1816
Sucesor José Matías Zapiola

Datos personales
Nacimiento 25 de febrero de 1778
Bandera del Imperio Español Yapeyú, Misiones Guaraníes, Virreinato del Río de la Plata (actual Provincia de Corrientes, Argentina)
Fallecimiento 17 de agosto de 1850 (72 años)
Bandera de Francia Boulogne-sur-Mer, Francia
Profesión Militar
Firma Firma de  José de San Martín

José Francisco de San Martín (Yapeyú, Virreinato del Río de la Plata, 25 de febrero de 1778 - Boulogne-sur-Mer, Francia, 17 de agosto de 1850) fue un militar argentino cuyas campañas fueron decisivas para las independencias de la Argentina, Chile y el Perú.

A los siete años viajó a España y con el tiempo se unió a los ejércitos españoles que combatían la dominación napoleónica de la Península, participando en las batallas de Bailén y La Albuera. En 1812, tras una escala en Londres, partió a Buenos Aires, en donde se le encomendó la creación del Regimiento de Granaderos a Caballo (que hoy lleva su nombre), que resistió un ataque realista durante el Combate de San Lorenzo. Luego reforzó el Ejército del Norte.

Desde la ciudad de Mendoza inició su plan para la liberación definitiva de Sudamérica: tras crear al Ejército de los Andes cruzó con el mismo la cordillera de los Andes y liberó Chile, en las batallas de Maipú y Chacabuco. Tomando bajo su control los barcos chilenos, atacó el centro del poder español en Sudamérica, la ciudad de Lima, que declaró su independencia en 1821. Se encontró en Guayaquil con Simón Bolívar, y tras dicha entrevista le cedió su ejército y la meta de finalizar la liberación del Perú. San Martín partió a Europa, y murió el 17 de agosto de 1850.

Junto con Bolívar es considerado el libertador más importante de Sudamérica de la colonización española. En la Argentina se lo reconoce como el Padre de la Patria y se lo considera un héroe y prócer nacional. En el Perú, se lo reconoce como libertador de aquel país, con los títulos de «Fundador de la Libertad del Perú», «Fundador de la República» y «Generalísimo de las Armas». En Chile su ejército le reconoce el grado de Capitán General.

Bienvenidos a restaurante Bolívar un coqueto y a su vez elegante restaurante situado en pleno corazón de Malasaña , que en los últimos años se ha caracterizado por marcar tendencias dentro del Madrid más cosmopolita y a su vez conservando el tono clásico historico del barrio , unos contrastes en los cuáles Bolívar se desenvuelve muy bien , prueba de ello es su cocina de Mercado refínada, con la que podrás disfrutar de una íntima cena romántica o una comida de negocios relajada , tranquila y distendida.

Tambíen cabe destacar su bodega en la cuál nos encontramos a Viña Alcorta , con la que recibimos el Premio Gastronómico Alcorta-Berasategui cocina de toda la vida Comunidad de Madrid.

Podrás encontrar Restaurante Bolívar en la prestigiosa Guía Michelin (imposible enlazar!), en la Guía Metropolí de “El Mundo” y también en 11870.com (todas las opiniones son buenas, y ninguna nuestra…)

Re: pepa y el nombre de donde viene
#8 28/10/2008 - 23:24
Pepa viene de Josefa, pero si a las Maria Josés también las llaman Pepas ahí ya...
Supongo que serán para abreviar sin que las llamen "Mariajo" que queda un poco mal xD

¡VIVA LA PEPA!

La historia nos cuenta que la primera constitución española fue jurada en la ciudad de Cádiz en el año 1812. Pero dos años después, cuando se restableció el absolutismo, el rey Fernando VII la abolió, ayudado en gran medida por los Cien Mil Hijos de San Luis, nombre dado al ejército francés comandado por el duque de Angulema.

Pero la abolición de la Carta Magna no sólo suspendió su vigencia, sino que quedó terminantemente prohibida la sola mención de su nombre, por lo que los liberales no podían utilizar su tradicional grito de ¡Viva la Constitución!

Lejos de someterse a esa medida arbitraria, los partidarios de la constitución encontraron la forma de referirse a ella, sin necesidad de mencionarla: como había sido promulgada el día 19 de marzo -festividad de San José-, la bautizaron La Pepa (recuérdese que Pepe es el hipocorístico o diminutivo cariñoso de José) y así fue como surgió el grito de ¡Viva la Pepa! para reemplazar el de ¡Viva la Constitución!, considerado entonces subversivo.

Por supuesto, con el correr del tiempo la expresión habría de perder toda intención política para pasar a significar desenfado, regocijo y alboroto, tal como lo utilizamos actualmente, sobre todo para dar a entender que en algún lugar reina un total y completo desorden.

La Batalla de los Arapiles, también conocida como Batalla de Salamanca, tuvo lugar el 22 de julio de 1812.

En el marco de la Guerra de la Independencia Española, el ejército anglo-portugués venció a las tropas francesas (que ocupaban el territorio español desde cuatro años antes) derrocándolas al sur en Salamanca, en el Municipio de Arapiles.

Desde 1808 Napoleón I intentaba consolidar en el trono francés en España bajo la tutela de su hermano José Bonaparte. La resistencia que encontró en España fue más dura de lo esperado. La Guerra de Guerrillas y la organización de las juntas, hicieron del traspaso una larga contienda. La presencia inglesa en apoyo de Portugal (otro de los puntos de expansión francés) se hizo presente en la Península desde el mismo año que Francia.

En 1812 la situación de Napoleón comenzaba a complicarse: aparte del frente abierto en España, estaba su pretensión de invadir Rusia. Con dos focos abiertos y recursos insuficientes para ambos, comenzó la paulatina caída de la hegemonía francesa cuando todo parecía indicar lo contrario.

El duque de Wellington (afamado general y estadista británico), supo utilizar esta situación en su provecho: sabía que Napoleón había retirado hombres de la Península para fortalecer el frente ruso.

Un ejército de 50.000 hombres al mando de Arthur Colley Wellesley
(duque de Wellington) , compuesto por ingleses, españoles y portugueses, y aventajando en 8000 hombres a las fuerzas comandadas por el general Marmont, la batalla se realizó en dos escenarios : Arapil Chico y Arapil Grande. Ambos esperaban ser tomados por el jefe inglés. La caballería francesa fue diezmada por el ejército anglo-portugués, propiciando el abandono del campo de batalla por parte de las fuerzas del mariscal Marmont.

Más allá del resultado triunfal y favorable a Wellington, la consecuencia directa fue la liberación de Madrid por parte de éste y por consiguiente, la partida de José Bonaparte de la capital española y el final del sitio de Cádiz.

La Batalla de los Arapiles fue el comienzo del fin de la ocupación francesa en la Península.

ABDICACIONES DE BAYONA.- Al final del reinado de Carlos IV, con las tropas de Murat invadiendo la península ibérica y tras los enfrentamientos familiares que implicó el motín de Aranjuez, Napoleón decide intervenir y propone a los miembros de la casa Real que se trasladen a Bayona para solucionar sus diferencias. Allí se producen una serie de abdicaciones ( renuncias); Carlos IV en Fernando VII, este en Napoleón y este en José I. La guerra de la independencia está próxima. AYACUCHO.- La batalla de Ayacucho de 1824 dio fin a la guerra de la independencia hispanoamericana. Las tropas de Sucre vencieron a unas tropas españolas que no habían recibido refuerzos debido al levantamiento de las Cabezas de San Juan. El proyecto de Bolívar fracasó y al contrario que la América portuguesa la española se atomizó y se desmembró, pasando del colonialismo español al neocolonialismo americano. BATALLA DE BAILÉN.- En 1808 las tropas españolas dirigidas por el general Castaños vencen a las francesas dirigidas por el mariscal Dupont. Fue la primera gran derrota de las tropas napoleónicas. A ello siguió una gran ofensiva de Napoleón que conquisto toda España salvo Cádiz, donde se iban a convocar Cortes, destruyéndose el Antiguo Régimen y construyendo el nuevo, a través de la obra legislativa -decretos- y constituyentes -Constitución del 12-. CIEN MIL HIJOS DE SAN LUIS.- Ejército francés que invadió España en 1823 por decisión de la Santa Alianza y con el beneplácito y petición de Fernando VII para erradicar el liberalismo que se había impuesto con el levantamiento de Riego en Cabezas de San Juan. Contaba con 130.000 soldados al mando del duque de Angulema. Entraron por el Bidasoa y recorrieron España sin mucha resistencia hasta que tomaron el castillo de Santi Petri en Cádiz, el rey se les unió en el Puerto de Santa María. Así acabó el trienio liberal restaurándose el absolutismo hasta 1833 en que murió Fernando VII y en el contexto de las guerras carlistas se consolidó el liberalismo.
CORDÓN SANITARIO DE FLORIDA- BLAN CA Floridablanca fue un gran secretario de estado (primer ministro) de Carlos III. A la muerte de este lo siguió siendo de su hijo Carlos IV. Al principio la continuidad con la política ilustrada fue absoluta. Pero la revolución francesa lo cambió todo. La primera decisión fue aislar a España de los hombres, las ideas y libros franceses, creándose así el cordón sanitario. Ello implicaba un abandono de las ideas ilustradas y una fuerte represión interna. DOS DE MAYO.- El tercer acto iniciador o precedente de la guerra de la independencia. Por el tratado de Fontanebleau las tropas francesas habían invadido España, los reyes estaban en Bayona después del motín de Aranjuez y el resto de la familia real se disponía a irse a América. Ante el llanto de un infante, el pueblo estalló en contra de las tropas francesas. Es el levantamiento del 2 de Mayo del pueblo de Madrid o el inicio oficial de la guerra CORTES DE CÁDIZ.- En la guerra de la Independencia sitiada Cádiz por las tropas napoleónicas, la Junta de Regencia convocará Cortes. Una gran parte de los diputados serán reservas de la ciudad debido a la situación bélica. Las Cortes de Cádiz destruyen el Antiguo Régimen y crean el nuevo. La obra de estas cortes se divide en legislativa a través de los decretos (abolición de la Inquisición, abolición de los señoríos jurisdiccionales, libertad económica, etc.) y en constituyente (la Constitución del 12). El origen de las cortes es medieval, pero la gran novedad es que por primera vez en Cádiz el voto es individual no estamental. "...No sin grandes dificultades fueron llegando los diputados (uno por 80.000 almas) a Cádiz. Muchas provincias ocupadas del centro de España no pudieron elegirlos. Para reemplazarlos, así como a a los que llegaron con retraso, se designaron suplentes entre las personalidades que provisionalmente residían en Cádiz. Dado que estas personas eran de las más activas y abiertas a las nuevas ideas, este hecho contribuyó a reforzar el carácter progresista de los reunidos, así como las mayores facilidades que tuvieron en enviar diputados las ciudades del litoral con burguesía desarrollada y el natural movimiento de reacción contra las vacilaciones de la Junta y las aún mayores de la Regencia. Es interesante saber que entre los diputados había 90 eclesiásticos, 56 abogados, 30 militares, 9 marinos, 15 catedráticos de universidad, 14 miembros de la nobleza, 8 comerciantes, 1 médico, 1 arquitecto, 1 bachiller y 20 sin profesión determinada" Tuñón de Lara.
MOTÍN DE ARANJUEZ.- El partido fernandino, aprovechando la crisis económica, y descontento por la política ilustrada de Godoy, que iba en contra de los intereses de los privilegiados, conspira para que Fernando se haga con el poder. Carlos IV lo descubre, Fernando VII delata a sus compañeros y todos salen absueltos. Es el motín de Aranjuez y los enfrentamientos familiares eran de una magnitud elevada. PAZ DE BASILEA.- Godoy sustituyó a Aranda como secretario de estado. En el fondo de esa sustitución estaba el encarcelamiento de Luis XVI y la pretendida neutralidad del Conde Aranda. Al llegar Godoy al poder le declara la guerra a la Francia revolucionaria. La guerra es pérdida por España, pero se llega a una paz honrosa en Basilea con los franceses. De aquí recibirá Godoy el título de Príncipe de la Paz. TRATADO DE FONTAINEBLEAU.- La batalla de Trafalgar había demostrado a Napoleón la imposibilidad de derrotar a Inglaterra por mar y la necesidad de establecer un bloqueo continental. Napoleón propuso a Godoy terminar con la monarquía portuguesa, siendo el Algarve para Godoy y así vería cumplido su deseo de ser rey. El tratado de Fontainebleau se firmó el 27 de octubre de 1807, fijaba los términos del reparto de Portugal y estipulaba la entrada en España de un ejército imperial para colaborar con el español en las operaciones bélicas. Pero las tropas napoleónicas aprovecharon la situación para invadir España.
LA DESAMORTIZACIÓN ECLESIÁSTICA DE GODOY

Después de tantas guerras la Hacienda Pública pasaba por una difícil situación, por ello Godoy impulsa la primera desamortización de bienes amortizados (en 1798), que afectó a las instituciones eclesiásticas de beneficencia y a los bienes de la Compañía de Jesús, expulsados en 1767. El total de los bienes desamortizados afectó a 1/6 de los que poseía la Iglesia en la corona de Castilla. A partir de 1803 los compradores pudieron expulsar a los antiguos arrendatarios y subir el precio de los arrendamientos. Esta desamortización va a constituir el precedente de todo el proceso desamortizador del siglo XIX

José I Bonaparte (Corte, 7 de enero de 1768Florencia, 28 de julio de 1844) fue un político, diplomático y abogado francés, hermano mayor de Napoleón Bonaparte, diputado por Córcega en el Consejo de los Quinientos (1797-1799) y secretario del mismo, y nuevamente en el Cuerpo Legislativo (1799-1800), ministro plenipotenciario y miembro del Consejo de Estado (1800-1804), Príncipe y Gran Elector del Primer Imperio Francés (1804-1806), rey de Nápoles entre el 30 de marzo de 1806 y el 5 de julio de 1808 y rey de España entre el 6 de junio de 1808 y el 11 de diciembre de 1813, teniente general del Imperio francés (1814).

En España, su proclamación como monarca fue precipitada por el incremento de la violencia que siguió al episodio del Levantamiento del 2 de mayo y culminó un periodo de convulsiones e intrigas políticas instigadas por la estrategia del emperador Napoleón I para obtener la abdicación del trono de la dinastía reinante de Carlos IV de España asegurando la influencia y primacía del Primer Imperio Francés e incrementando la dependencia española para con los intereses políticos, económicos y militares bonapartistas, en detrimento de sus naciones enemigas, principalmente Portugal y Gran Bretaña. Sin embargo, lejos de obtener una legitimación ante la mayoría de la opinión pública y de frenar la dinámica de enfrentamiento armado, esta proclamación fue rechazada por los órganos de poder autóctonos como el Consejo de Castilla y la Junta Suprema Central y más adelante, por las Cortes reunidas en Cádiz, decidiendo la generalización del conflicto de la Guerra de la Independencia Española. En este contexto, el gobierno de José I Bonaparte, que debía distinguirse por su carácter reformista surgido de la Carta de Bayona, solo pudo ejercerse en las áreas bajo el control militar del Ejército imperial, y aunque la mayor parte de sus acciones no pudieron concretarse ante el continuo hostigamiento o fueron derogadas durante el reinado de Fernando VII de España, otras perduraron, como las mejoras de urbanismo en varias ciudades.

Entre otras distinciones, José Bonaparte fue también Gran Maestre del Gran Oriente de Francia y del Gran Oriente de Italia, así como Gran Águila de la Legión de Honor. En España fue motejado despectivamente como Pepe Botella o Pepe Plazuelas.


Las monografías de
Biografías y Vidas
Napoleón Bonaparte










Biografía Cronología Sus batallas Fotos Vídeos

Napoleón nació el 15 de agosto de 1769 en Ajaccio, capital de la actual Córcega, en una familia numerosa de ocho hermanos, la familia Bonaparte o, con su apellido italianizado, Buonaparte. Cinco de ellos eran varones: José, Napoleón, Lucien, Luis y Jerónimo. Las niñas eran Elisa, Paulina y Carolina. Al amparo de la grandeza de Napolione -así lo llamaban en su idioma vernáculo-, todos iban a acumular honores, riqueza, fama y a permitirse asimismo mil locuras. La madre, María Leticia Ramolino, era una mujer de notable personalidad, a la que Stendhal eligió por su carácter firme y ardiente.

Carlos María Bonaparte, el padre, siempre con agobios económicos por sus inciertos tanteos en la abogacía, sobrellevados gracias a la posesión de algunas tierras, demostró tener pocas aptitudes para la vida práctica. Sus dificultades se agravaron al tomar partido por la causa nacionalista de Córcega frente a su nueva metrópoli, Francia; congregados en torno a un héroe nacional, Paoli, los isleños la defendieron con las armas. A tenor de las derrotas de Paoli y la persecución de su bando, la madre de Napoleón tuvo que arrostrar durante sus primeros alumbramientos las incidencias penosas de las huidas por la abrupta isla; de sus trece hijos, sólo sobrevivieron aquellos ocho. Sojuzgada la revuelta, el gobernador francés, conde de Marbeuf, jugó la carta de atraerse a las familias patricias de la isla. Carlos Bonaparte, que religaba sus ínfulas de pertenencia a la pequeña nobleza con unos antepasados en Toscana, aprovechó la oportunidad, viajó con una recomendación de Marbeuf hacia la metrópoli para acreditarlas y logró que sus dos hijos mayores entraran en calidad de becarios en el Colegio de Autun.

Los méritos escolares de Napoleón en matemáticas, a las que fue muy aficionado y que llegaron a constituir una especie de segunda naturaleza para él -de gran utilidad para su futura especialidad castrense, la artillería-, facilitaron su ingreso en la Escuela Militar de Brienne. De allí salió a los diecisiete años con el nombramiento de subteniente y un destino de guarnición en la ciudad de Valence.

Juventud revolucionaria

A poco sobrevino el fallecimiento del padre y, por este motivo, el traslado a Córcega y la baja temporal en el servicio activo. Su agitada etapa juvenil discurrió entre idas y venidas a Francia, nuevos acantonamientos con la tropa, esta vez en Auxonne, la vorágine de la Revolución, cuyas explosiones violentas conoció durante una estancia en París, y los conflictos independentistas de Córcega. En el agitado enfrentamiento de las banderías insulares, Napoleón se creó enemigos irreconciliables, entre ellos el mismo Paoli, al romper éste con la Convención republicana y decantarse el joven oficial por las facciones afrancesadas. La desconfianza hacia los paolistas en la familia Bonaparte se fue trocando en furiosa animadversión. Napoleón se alzó mediante intrigas con la jefatura de la milicia y quiso ametrallar a sus adversarios en las calles de Ajaccio. Pero fracasó y tuvo que huir con los suyos, para escapar al incendio de su casa y a una muerte casi segura a manos de sus enfurecidos compatriotas.


Un joven Napoleón Bonaparte

Instalado con su familia en Marsella, malvivió entre grandes penurias económicas que a veces les situaron al borde de la miseria; el horizonte de las disponibilidades familiares solía terminar en las casas de empeños, pero los Bonaparte no carecían de coraje ni recursos. María Leticia, la madre, se convirtió en amante de un comerciante acomodado Clary, el hermano José se casó con una hija de éste, Marie Julie, si bien el noviazgo de Napoleón con otra hija, Désirée, no prosperó. Con todo, las estrecheces sólo empezaron a remitir cuando un hermano de Robespierre, Agustín, le deparó su protección. Consiguió reincorporarse a filas con el grado de capitán y adquirió un amplio renombre con ocasión del asedio de Tolón, en 1793, al sofocar una sublevación contrarrevolucionaria apoyada por los ingleses; el plan de asalto propuesto a unos inexperimentados generales fue suyo, la ejecución también y el éxito infalible.

En reconocimiento a sus méritos fue ascendido a general de brigada, se le destinó a la comandancia general de artillería en el ejército de Italia y viajó en misión especial a Génova. Esos contactos con los Robespierre estuvieron a punto de serle fatales al caer el Terror jacobino, el 9 Termidor, y verse encarcelado por un tiempo en la fortaleza de Antibes, mientras se dilucidaba su sospechosa filiación. Liberado por mediación de otro corso, el comisario de la Convención Salicetti, el joven Napoleón, con veinticuatro años y sin oficio ni beneficio, volvió a empezar en París, como si partiera de cero.

Encontró un hueco en la sección topográfica del Departamento de Operaciones. Además de las tareas propiamente técnicas, entre mapas, informes y secretos militares, esta oficina posibilitaba el acceso a las altas autoridades civiles que la supervisaban. Y a través de éstas, a los salones donde las maquinaciones políticas y las especulaciones financieras, en el turbio esplendor que había sucedido al implacable moralismo de Robespierre, se entremezclaban con las lides amorosas y la nostalgia por los usos del Antiguo Régimen.

Allí encontró a la refinada Josefina Tascher de la Pagerie, de reputación tan brillante como equívoca, quien colmó también su vacío sentimental. Era una dama criolla oriunda de la Martinica, que tenía dos hijos, Hortensia y Eugenio, y cuyo primer marido, el vizconde y general de Beauharnais, había sido guillotinado por los jacobinos. Mucho más tarde Napoleón, que declaraba no haber sentido un afecto profundo por nada ni por nadie, confesaría haber amado apasionadamente en su juventud a Josefina, que le llevaba unos cinco años. Entre sus amantes se contaba Barras, el hombre fuerte del Directorio surgido con la nueva Constitución republicana de 1795, quien por entonces andaba a la búsqueda de una espada, según su expresión literal, a la que manejar convenientemente para el repliegue conservador de la república y hurtarlo a las continuas tentativas de golpe de estado de realistas, jacobinos y radicales igualitarios. La elección de Napoleón fue precipitada por una de las temibles insurrecciones de las masas populares de París, al finalizar 1795, a la que se sumaron los monárquicos con sus propios fines desestabilizadores. Encargado de reprimirla, Napoleón realizó una operación de cerco y aniquilamiento a cañonazos que dejó la capital anegada en sangre. La Convención se había salvado.

Asegurada la tranquilidad interior por el momento, Barras le encomendó en 1796 dirigir la guerra en uno de los frentes republicanos más desasistidos el de Italia, contra los austríacos y piamonteses. Unos días antes de su partida se casó con Josefina en ceremonia civil, pero en su ausencia no pudo evitar que ella volviera a entregarse a Barras y a otros miembros del círculo gubernamental. Celoso y atormentado, terminó por reclamarla imperiosamente a su lado, en el mismo escenario de batalla.

Militar exitoso

Aquel general de veintisiete años transformó unos cuerpos de hombres desarrapados hambrientos y desmoralizados en una formidable máquina bélica que trituró el Piamonte en menos de dos semanas y repelió a los austríacos más allá de los Alpes, de victoria en victoria. Sus campañas de Italia pasarían a ser materia obligada de estudio en las academias militares durante innúmeras promociones. Tanto o más significativas que sus victorias aplastantes en Lodi, en 1796, en Arcole y Rívoli, en 1797, fue su reorganización política de la península italiana, que llevó a cabo refundiendo las divisiones seculares y los viejos estados en repúblicas de nuevo cuño dependientes de Francia. El rayo de la guerra se revelaba simultáneamente como el genio de la paz. Lo más inquietante era el carácter autónomo de su gestión: hacía y deshacía conforme a sus propios criterios y no según las orientaciones de París. El Directorio comenzó a irritarse. Cuando Austria se vio forzada a pedir la paz en 1797, ya no era posible un control estricto sobre un caudillo alzado a la categoría de héroe legendario.


Napoleón en la campaña de Egipto (Antoine Jean Gros)

Napoleón mostraba una amenazadora propensión a ser la espada que ejecuta, el gobierno que administra y la cabeza que planifica y dirige, tres personas en una misma naturaleza de inigualada eficacia. Por ello, el Directorio columbró la posibilidad de alejar esa amenaza aceptando su plan de cortar las rutas vitales del poderío británico -las del Mediterráneo y la India- con una expedición a Egipto. Así, el 19 de mayo de 1798 embarcaba rumbo a Alejandría, y dos meses después, en la batalla de las pirámides, dispersaba a la casta de guerreros mercenarios que explotaban el país en nombre de Turquía, los mamelucos, para internarse luego en el desierto sirio. Pero todas sus posibilidades de éxito se vieron colapsadas por la destrucción de la escuadra francesa en Abukir por Nelson, el émulo inglés de Napoleón en los escenarios navales.

El revés lo dejó aislado y consumiéndose de impaciencia ante las fragmentarias noticias que recibía de Europa. Allí la segunda coalición de las potencias monárquicas había recobrado las conquistas de Italia y la política interior francesa hervía de conjuras y candidatos a asaltar un Estado en el que la única fuerza estabilizadora que restaba era el ejército. Por fin se decidió a regresar a Francia en el primer barco que pudo sustraerse al bloqueo de Nelson, recaló de paso en su isla natal y nadie se atrevió a juzgarle por deserción y abandono de sus tropas, mientras subía otra vez de Córcega a París, ahora como héroe indiscutido.

Primer Cónsul

En pocas semanas organizó el golpe de estado del 18 Brumario (según la nueva nomenclatura republicana del calendario: el 9 de noviembre) con la colaboración de su hermano Luciano, el cual le ayudó a disolver la Asamblea Legislativa del Consejo de los Quinientos en la que figuraba como presidente. Era el año de 1799. El golpe barrió al Directorio, a su antiguo protector Barras, a las cámaras a los últimos clubes revolucionarios, a todos los poderes existentes e instauró el Consulado: un gobierno provisional compartido en teoría por tres titulares, pero en realidad cobertura de su dictadura absoluta, sancionada por la nueva Constitución napoleónica del año 1800.


Napoleón, Primer Cónsul (Óleo de Antoine Jean Gros)

Aprobada bajo la consigna de «la Revolución ha terminado», la nueva Constitución restablecía el sufragio universal que había recortado la oligarquía termidoriana, sucesora de Robespierre. En la práctica, calculados mecanismos institucionales cegaban los cauces efectivos de participación real a los electores, a cambio de darles la libertad de que le ratificasen en entusiásticos plebiscitos. El que validó su ascensión a primer cónsul al cesar la provisionalidad, arrojó menos de dos mil votos negativos entre varios millones de papeletas. Pero Napoleón no se contentó con alargar luego esta dignidad a una duración de diez años, sino que en 1802 la convirtió en vitalicia. Era poco todavía para el gran advenedizo que embriagaba a Francia de triunfos después de haber destruido militarmente a la segunda coalición en Marengo, y emprendía una deslumbrante reconstrucción interna.

Napoleón, Emperador

La heterogénea oposición a su gobierno fue desmantelada mediante drásticas represiones a derecha e izquierda, a raíz de fallidos atentados contra su persona; el ejemplo más amedrentador fue el secuestro y ejecución de un príncipe emparentado con los Borbones depuestos, el duque de Enghien, el 20 de marzo de 1804. El corolario de este proceso fue el ofrecimiento que le hizo el Senado al día siguiente de la corona imperial. La ceremonia de coronación se llevó a cabo el 2 de diciembre en Notre Dame, con la asistencia del papa Pío VII, aunque Napoleón se ciñó la corona a sí mismo y después la impuso a Josefina; el pontífice se limitó a pedir que celebrasen un matrimonio religioso, en un sencillo acto que se ocultó celosamente al público. Una nueva Constitución el mismo año afirmó aún más su autoridad omnímoda.


Napoleón coronado emperador (Cuadro de J. A. D. Ingres)

La historia del Imperio es una recapitulación de sus victorias sobre las monarquías europeas, aliadas en repetidas coaliciones contra Francia y promovidas en último término por la diplomacia y el oro ingleses. En la batalla de Austerlitz, de 1805, abatió la tercera coalición; en la de Jena, de 1806, anonadó al poderoso reino prusiano y pudo reorganizar todo el mapa de Alemania en la Confederación del Rin, mientras que los rusos eran contenidos en Friendland, en 1807. Al reincidir Austria en la quinta coalición, volvió a destrozarla en Wagram en 1809.

Nada podía resistirse a su instrumento de choque, la Grande Armée (el 'Gran Ejército'), y a su mando operativo, que, en sus propias palabras, equivalía a otro ejército invencible. Cientos de miles de cadáveres de todos los bandos pavimentaron estas glorias guerreras. Cientos de miles de soldados supervivientes y sus bien adiestrados funcionarios, esparcieron por Europa los principios de la Revolución francesa. En todas partes los derechos feudales eran abolidos junto con los mil particularismos económicos, aduaneros y corporativos; se creaba un mercado único interior, se implantaba la igualdad jurídica y política según el modelo del Código Civil francés, al que dio nombre -el Código Napoleón, matriz de los derechos occidentales, excepción hecha de los anglosajones-; se secularizaban los bienes eclesiásticos; se establecía una administración centralizada y uniforme y la libertad de cultos y de religión, o la libertad de no tener ninguna. Con estas y otras medidas se reemplazaban las desigualdades feudales -basadas en el privilegio y el nacimiento- por las desigualdades burguesas -fundadas en el dinero y la situación en el orden productivo-.

La obra napoleónica, que liberó fundamentalmente la fuerza de trabajo, es el sello de la victoria de la burguesía y puede resumirse en una de sus frases: «Si hubiera dispuesto de tiempo, muy pronto hubiese formado un solo pueblo, y cada uno, al viajar por todas partes, siempre se habría hallado en su patria común». Esta temprana visión unitarista de Europa, quizá la clave de la fascinación que ha ejercido su figura sobre tan diversas corrientes historiográficas y culturales, ignoraba las peculiaridades nacionales en una uniformidad supeditada por lo demás a la égida imperialista de Francia. Así, una serie de principados y reinos férreamente sujetos, mero glacis defensivo en las fronteras, fueron adjudicados a sus hermanos y generales. El excluido fue Luciano Bonaparte, a resultas de una prolongada ruptura fraternal.

A las numerosas infidelidades conyugales de Josefina durante sus campañas, por lo menos hasta los días de la ascensión al trono, apenas había correspondido Napoleón con algunas aventuras fugaces. Éstas se trocaron en una relación de corte muy distinto al encontrar en 1806 a la condesa polaca María Walewska, en una guerra contra los rusos; intermitente, pero largamente mantenido el amor con la condesa, satisfizo una de las ambiciones napoleónicas, tener un hijo, León. Esta ansia de paternidad y de rematar su obra con una legitimidad dinástica se asoció a sus cálculos políticos para empujarle a divorciarse de Josefina y solicitar a una archiduquesa austriaca, María Luisa, emparentada con uno de los linajes más antiguos del continente.


Napoleón con sus hijos

Sin otro especial relieve que su estirpe, esta princesa cumplió lo que se esperaba del enlace, al dar a luz en 1811 a Napoleón II -de corta y desvaída existencia, pues murió en 1832-, proclamado por su padre en sus dos sucesivas abdicaciones, pero que nunca llegó a reinar. Con el tiempo, María Luisa proporcionó al emperador una secreta amargura al no compartir su caída, ya que regresó al lado de sus progenitores, los Habsburgo, con su hijo, y en la corte vienesa se hizo amante de un general austriaco, Neipperg, con quien contrajo matrimonio en segundas nupcias a la muerte de Napoleón.

El ocaso

El año de su matrimonio con María Luisa, 1810, pareció señalar el cenit napoleónico. Los únicos Estados que todavía quedaban a resguardo eran Rusia y Gran Bretaña, cuya hegemonía marítima había sentado de una vez por todas Nelson en Trafalgar, arruinando los proyectos mejor concebidos del emperador. Contra esta última había ensayado el bloqueo continental, cerrando los puertos y rutas europeos a las manufacturas británicas. Era una guerra comercial perdida de antemano, donde todas las trincheras se mostraban inútiles ante el activísimo contrabando y el hecho de que la industria europea aún estuviese en mantillas respecto de la británica y fuera incapaz de surtir la demanda. Colapsada la circulación comercial, Napoleón se perfiló ante Europa como el gran estorbo económico, sobre todo cuando las mutuas represalias se extendieron a los países neutrales.

El bloqueo continental también condujo en 1808 a invadir Portugal, el satélite británico, y su llave de paso, España. Los Borbones españoles fueron desalojados del trono en beneficio de su hermano José, y la dinastía portuguesa huyó a Brasil. Ambos pueblos se levantaron en armas y comenzaron una doble guerra de Independencia que los dejaría destrozados para muchas décadas, pero fijaron y diezmaron a una parte de la Grande Armée en una agotadora lucha de guerrillas que se extendió hasta 1814, doblada en las batallas a campo abierto por un moderno ejército enviado por Gran Bretaña.

La otra parte del ejército, en la que había enrolado a contingentes de las diversas nacionalidades vencidas, fue tragada por las inmensidades rusas. En la campaña de 1812 contra el zar Alejandro I, Napoleón llegó hasta Moscú, pero en la obligada retirada perecieron casi medio millón de hombres entre el frío y el hielo del invierno ruso, el hambre y el continuo hostigamiento del enemigo. Toda Europa se levantó entonces contra el dominio napoleónico, y el sentimiento nacional de los pueblos se rebeló dando soporte al desquite de las monarquías; hasta en Francia, fatigada de la interminable tensión bélica y de una creciente opresión, la burguesía resolvió desembarazarse de su amo.

La batalla resolutoria de esta nueva coalición, la sexta, se libró en Leipzig en 1813, la «batalla de las Naciones», una de las grandes y raras derrotas de Napoleón. Fue el prólogo de la invasión de Francia, la entrada de los aliados en París y la abdicación del emperador en Fontainebleau, en abril de 1814, forzada por sus mismos generales. Las potencias vencedoras le concedieron la soberanía plena sobre la minúscula isla italiana de Elba y restablecieron en su lugar a los Borbones, arrojados por la Revolución, en la figura de Luis XVIII.

Su estancia en Elba, suavizada por los cuidados familiares de su madre y la visita de María Walewska, fue comparable a la de un león enjaulado. Tenía cuarenta y cinco años y todavía se sentía capaz de hacer frente a Europa. Los errores de los Borbones, que a pesar del largo exilio no se resignaban a pactar con la burguesía, y el descontento del pueblo le dieron ocasión para actuar. Desembarcó en Francia con sólo un millar de hombres y, sin disparar un solo tiro, en un nuevo baño triunfal de multitudes, volvió a hacerse con el poder en París.

Pero fue completamente derrotado en junio de 1815 por los vigilantes Estados europeos -que no habían depuesto las armas, atentos a una posible revigorización francesa- en Waterloo y puesto nuevamente en la disyuntiva de abdicar. Así concluyó su segundo período imperial, que por su corta duración se ha llamado de los Cien Días (de marzo a junio de 1815). Se entregó a los ingleses, que le deportaron a un perdido islote africano, Santa Elena, donde sucumbió lentamente a las iniquidades de un tétrico carcelero, Hudson Lowe. Antes de morir, el 5 de mayo de 1821, escribió unas memorias, el Memorial de Santa Elena, en las que se describió a sí mismo tal como deseaba que le viese la posteridad. Ésta aún no se ha puesto de acuerdo sobre su personalidad mezcla singular del bronco espadón cuartelero, el estadista, el visionario, el aventurero y el héroe de la antigüedad obsesionado por la gloria.








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Fernando VII de España

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Fernando VII de España
Rey de España
Fernando VII - Vicente López.jpg
Retrato de Fernando VII con uniforme de capitán general, por Vicente López Portaña (c. 1814-1815). Óleo sobre lienzo, 107,5 x 82,5 cm. Museo del Prado (Madrid).

Rey de España
(Primer mandato)
19 de marzo de 18086 de mayo de 1808
Predecesor Carlos IV
Sucesor José I

Rey de España
(Segundo mandato)
11 de agosto de 1808[1] / 11 de diciembre de 1813[2]29 de septiembre de 1833
Predecesor José I
Sucesor Isabel II

Nacimiento 14 de octubre de 1784
San Lorenzo de El Escorial, Bandera de España España
Fallecimiento 29 de septiembre de 1833 (48 años)
Madrid, Bandera de España España
Entierro Cripta Real del Monasterio de El Escorial
Consorte
Descendencia
Casa Real Casa de Borbón
Padre Carlos IV
Madre María Luisa de Parma

Escudo  de Fernando VII de España

Fernando VII de Borbón (San Lorenzo de El Escorial, 14 de octubre de 1784 - Madrid, 29 de septiembre de 1833), llamado el Deseado o el Rey Felón, fue rey de España entre marzo y mayo de 1808 y, tras la expulsión del rey intruso José Bonaparte, nuevamente desde diciembre de 1813 hasta su muerte, exceptuando un breve intervalo en 1823, en que fue destituido por el Consejo de Regencia.

Hijo y sucesor de Carlos IV y de María Luisa de Parma, a los que destronó con ocasión del Motín de Aranjuez, pocos monarcas disfrutaron de tanta confianza y popularidad iniciales por parte del pueblo español. Obligado a abdicar en Bayona, pasó toda la Guerra de Independencia preso en Valençay, siendo reconocido como el legítimo rey de España por las diversas juntas, el Consejo de Regencia y las Cortes de Cádiz.

Con la derrota de los ejérctios napoleónicos y la expulsión de José Bonaparte, Napoleón le devolvió el trono de España (Tratado de Valençay). Sin embargo, el Deseado prontó se reveló como un soberano absolutista, y uno de los que menos satisfizo los deseos de sus súbditos, que lo consideraban sin escrúpulos, vengativo y traicionero. Rodeado de una camarilla de aduladores, su política se orientó en buena medida a su propia supervivencia.

Entre 1814 y 1820 restauró el absolutismo, derogando la Constitución de Cádiz y persiguiendo a los liberales. Tras seis años de guerra, el país y la Hacienda estaban devastados, y los sucesivos gobiernos fernandinos no lograron restablecer la situación.

En 1820 un pronunciamiento militar dio inicio al llamado Trienio Constitucional, durante el cual se restablecieron la Constitución y los decretos de Cádiz, produciéndose una nueva desamortización. A medida que los liberales moderados eran desplazados por los exaltados, el Rey, que aparentaba acatar el régimen constitucional, conspiraba para restablecer el absolutismo, lo que se logró tras la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823.

La última fase de su reinado, la llamada Década Ominosa, se caracterizó por una feroz represión de los exaltados, acompañada de una política absolutista moderada o incluso liberaldoctrinaria que provocó un profundo descontento en los círculos absolutistas, que formaron partido en torno al infante Carlos María Isidro. A ello se unió el problema sucesorio, sentando las bases de la Primera Guerra Carlista, que estallaría con la muerte de Fernando y el ascenso al trono de su hija Isabel II, no reconocida como heredera por el infante Carlos.

Fernando VII ha merecido a los historiadores un unánime juicio negativo, pasando a los anales de la historia de España como el Rey Felón. Si bien no se le puedan achacar personalmente muchos de los males de su reinado, ha sido el monarca español peor tratado por la historiografía, que desde el siglo XIX ha repetido sin sentido crítico una serie de descalificaciones sobre el personaje. La Historia más reciente ha ido remitiendo las críticas y los juicios, aunque sigue siendo difícil encontrar algún estudio en que la figura del monarca no sea tratada de manera negativa.

Carlos IV de España

Rey de España (Portici, Nápoles, 1748 - Roma, 1819). Sucedió a su padre, Carlos III, al morir éste en 1788. Fue un rey poco inclinado a los asuntos de gobierno, que dejó en gran medida en manos de su esposa María Luisa de Parma y del amante de ésta, Manuel Godoy. Inicialmente siguió el consejo de su padre de mantener en el poder a Floridablanca, pero en 1792 acabó por sustituirlo, primero por Aranda y luego por Godoy, que se mantendría como valido hasta el final del reinado.

Éste vino marcado por la Revolución francesa de 1789, que puso fin a los proyectos reformistas del reinado anterior y los sustituyó por el conservadurismo y la represión, ante el temor a que tales hechos se propagaran a España.

Desde 1792, además, el desarrollo de los acontecimientos en Francia condicionó la política internacional en toda Europa y arrastró también a España: tras la ejecución de Luis XVI por los revolucionarios, España participó junto a las restantes monarquías europeas en la Guerra de la Convención (1794-95), en la que resultó derrotada por la Francia republicana.

Cambió entonces Godoy el signo de la política exterior, alineándose España con Francia por los dos tratados de San Ildefonso (1796 y 1800); en consecuencia, España colaboró con Francia en su guerra contra Inglaterra de 1796-97, de nuevo en 1801 atacando a Portugal (Guerra de las Naranjas, que proporcionó a España la población de Olivenza) y, por último, en 1805, poniendo la flota española a disposición de Francia para enfrentarse a Gran Bretaña en la batalla de Trafalgar (en la que se perdió la escuadra).