Una Vida bohemia
La palabra bohemia me ha acompañdo a lo largo de las décadas con mayor regularidad que otras del repertorio de la diferenciación con el mundo de los otros. He terminado por defender una vida bohemia, la mía, más que la vida bohemia de la que en realidad no sé si tiene un significado unitario. Para mí la bohemia era la conexión con los colores, con la fiesta, con los placeres e incertidumbres creativas, con la falta de horarios, con la seducción continua. Había sido criticado por bohemia en una época en la que el comunismo obrerista lo que menso quería en sus filas era sujetos como yo, imprevisibles, críticos, distintos, prefiriendo la uniformidad de sus militancias para la propagación de consignas así mismo uniformes. Perdoné a mis críticos y demoré en demasía mí tiempo de permanencia en aquel submundo de conspiradores que en realidad no querían un mundo alternativo sino un traspaso del poder político. La vida bohemia está emparentada con la farándula, con los escenarios noctámbulos, con los cabarets, con las farras hasta altas horas, con los juegos de relaciones sensuales, con los amores muchos y con el arte, todo ello empaquetado dentro de vidas efímeras que no creen tanto en el futuro como en el presente, ni tanto en los demás como en el protagonismo de cada uno.
Hay algo de la vida bohemia que me gusta por lo que tiene de festivo y de imprevisible. Cada dia puede ser una novedad y la cantera de nuevas anécdotas, algo que la vida obrera o la del empleado mustio de oficina o mostrador no pueden decir. El bohemio tiene la mala fama de ser un personaje de bares que va por las latitudes de la onírica con la misma facilidad que si saliera a dar un paseo por la calle de al lado. También se le emparenta con sus excesos de bebida, sus líos de faldas (curiosa denominación para desprestigiar el amor plural), su pobreza endémica o falta de recursos. En casos extremos el bohemio no tiene con qué encender su estufa ni un plato de sopa caliente con el que recobrar el tono corporal, sin embargo parece no faltarla la sonrisa en la cara o su talante de ironía permanente ante todo.
No soy un especialista en tomar criterios a favor o en contra de corrientes, escuelas, partidos o teorías. Hubo un tiempo en el que las contradicciones sociales estaban muy claras que no tomar partido era una atrocidad y que mantenerse neutral una forma de temor. Ahora es más bien al revés: tomar partido por determinados partidos es una atrocidad contra el sentido común. La única opción que me parece sensata es la más insensata de todos: tomar partido por la poesía, por la filosofía y por la exploración existencial. La bohemia es, bajo este criterio, una consecuencia, no una elección. Lo bonito de ella es la distinción diaria que procura, una falta de planning deliberada por lo que hace a objetivos existenciales muy marcados para no encorsetar la espontaneidad biográfica. Un dia puedes ser cliente de un espacio hotelero sosegado y elegante y otro día alojarte con tu tienda de camping junto a un río. Un dia puedes estar tratando de componer una canción y otro dia compartir una comida con gente que acabas de conocer.
La idea del bohemio ha dejado una especie de aureola de mala fama. No se ocupa de nada y por no ocuparse no se ocupa de sí mismo. Tal vez se entrampa con préstamos o necesita quien le invite a comer para llegar al día siguiente. En resumen puede ser un desastre por lo que hace a planificar su propio futuro.
Desde luego no todo el mundo puede ser bohemio. Se necesita una resolución: la de creer firmemente que sea la que sea la vida está garantizada y que lo más interesante del futuro no es enfrentarlo de tal manera que hipoteque el presente. Vivir el día a día se ha convertido en un eslogan universalmente famoso pero que sin embargo se emplea incorrectamente. De hecho, todos terminamos por planificar nuestras existencias y por tanto nuestros futuros. Incluso en la condición de viajero el que cambia continuamente de emplazamiento tiene en cuenta lso recursos, las ubicaciones y los condicionamientos individuales desde el primer día que aterriza en un lugar. La troupe de farándula que lleva su escenario, su mimo, improvisaciones o gags de localidad en localidad y vive de lo que recoge, con la convivencia colectiva permanente que supone es quizás lo más parecido a lo que se puede entender por bohemia. Una vida instalada en el juego permanente con la vida, eso es bohemia. Una vida sin lados ocursos, sin perversiones capciosas, sin instrumentalismos del otro, sin calamidades dolorosas de las que arrepentirse.
He idealizado la palabra y un concepto. Todo lo que he accedido a ver de la vida bohemia en grupos constituidos es que no han estado exentos de conflictos internos, de monetarismos contradictorios, de pequeñas traiciones. Mi propia vida se ha visto envuelta con experiencias que me podía perfectamente evitar con gentes más que reprobables. Pero la vida es eso: pasar por sus inmundicias. Si a la bohemia no le pides grandes alternativas de recambio social todo va bien, tan pronto esperas que la gente cumpla lo que diga y que sus valores sean impecables los desalientos no tardan en surgir. Hay algo del sistema dominante de la sociedad que alcanza a todo el mundo incluyendo a sus bastardos y a sus hijos prófugos, también a las distintas clases de auto marginados, y es el interés por el dinero. Los artesanos que trabajan para ser autónomos y vivir por cuenta propia sin tener que pasar por la condición de supeditación del empleado asalariado terminan, no pocos, en verse corrompidos por el pvp final que ponen a sus productos o, lo que es peor, en darles sus trabajos a comerciantes profesionales que no los han trabajado y que toda gestión es la de dejar pasar los meses hasta que alguien acepta comprarlos eso sí a precios triplicados o decuplicados de los que los han pagado.
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